
También
hay que valorar el papel que desempeñó Roma como lugar de cita para viajeros y
artistas de toda Europa e incluso de América. En la ciudad se visitaban las
ruinas, se intercambiaban ideas y cada uno iba adquiriendo un bagaje cultural
que llevaría de vuelta a su tierra de origen. Allí surgió en 1690 la
llamada Academia de la Arcadia o Arcades de
Roma, que con sus numerosas sucursales o coloniae por toda Italia y su apuesta por el equilibrio de
los modelos clásicos y la claridad y la sencillez impulsó la estética
neoclásica.
La villa romana se
convirtió en un centro de peregrinaje donde viajeros, críticos, artistas y
eruditos acudían con la intención de ilustrarse en su arquitectura clásica.
Entre ellos estaba el prusiano Joachim Winckelmann (1717-1768), un
entusiasta admirador de la cultura griega y un detractor del rococó francés; su
obra Historia del Arte en la
Antigüedad (1764) es una sistematización de los conocimientos
artísticos desde la antigüedad a los romanos.
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